Tapachula, Chis. 11/05/2024 25.82oC

Un lugar cerca del mar

Thelma Florinda López García.

 

Integrante de la fraternidad literaria “Bajo el palo de mango”, de Tapachula, Chiapas.

 

En los años de 1970, el mundo sufría cambios buscando el equilibrio y la libertad, Salvador Allende tomaba las riendas de Chile, perdía la vida un ídolo de la música del Rock, Elvis Presley, el escándalo del Watergate en el país vecino, aparecía el terrorismo mundial y la revolución tecnológica iniciaba a cambiar el mundo.

Pero aquí en mi tierra costera la preocupación de mi padre era pagar el terreno donde construiría su casa en la gran ciudad, las cosechas de algodón no eran suficientes y la idea de ver a sus hijos estudiar lo hacían emprender la genial aventura que les voy a relatar:

Hay una zona magnífica y de ensueño a donde acudíamos a pescar camarón, liza y mojarra.

En la época de Semana Santa toda la familia tomaba el autobús a las cinco de la mañana, para llegar al embarcadero de las Garzas, mi tía nos recibía con un desayuno abundante, mi timidez no daba pauta para grandes conversaciones, me gustaba observar y escuchar a la naturaleza con la voz del viento que me hablaba al oído.

Ese lugar emblemático y místico estaba conformado por cinco lagunas principales, Chantuto, Campón, Teculapan, Cerritos y Panzacola, estas lagunas se conectan al mar a través de la boca barra de San Juan y Barra del Castaño, a su vez recibe las descargas de los ríos San Nicolás, Cacaluta, Cintalapa, Vado Ancho, Despoblado, Huixtla, Cuilapa, todos estos brazos de agua son resguardados por gigantes manglares que los rodean.

Tomábamos la lancha y a mí me gustaba sentarme al frente donde el aire refrescaba mi cuerpo y veía cómo se desplegaba ante mí un maravilloso espectáculo, la naturaleza nos daba una lección de perfección y armonía.

En el brazo del manglar solo cabían dos lanchas, con su motor iban cortando el ruido natural de aves y peces, al ruido del motor los caimanes se aventaban al agua más por miedo que por hambre, los observaba muy de cerca, veía sus lomos ásperos y verdosos con sus  fauces nadando a mi lado, las parvadas de cotorras silenciaban la lancha y las iguanas de gran tamaño se asoleaban triunfantes al sol, los árboles de mangle alcanzaban los treinta metros de altura parecían hombres con piernas largas cuidando el humedal natural, las garzas blancas eran las únicas que se posaban en sus copas.

Una hora de camino en lancha, cuando por fin llegábamos a un pequeño islote, donde habitaríamos por dos semanas, nunca llegábamos al mar, pero el rey tritón se escuchaba a lo lejos enviando sus fuertes olas, ellas se mezclaban con el agua dulce para producir el oro de color transparente llamado camarón.

La opacidad de la noche daba paso a un ejército de mosquitos grandes y pequeños, ellos nos atacaban sin piedad, el petróleo hacía su aparición, mi madre nos untaba el cuerpo para repeler la embestida.

A las seis de la tarde tomábamos la lancha y con nuestro fusil iluminador, el cual no era más que un foco de gran tamaño; partíamos con el trasmallo preparado para cuando bajara la marea y así colocábamos la enorme red. El miedo invadía mi cuerpo en la obscuridad solo acompañada por el ruido de serpientes, cigarras y grillos, y ranas que cantaban sin cesar.

De regreso a la casa de palma prestada, el firmamento cuajado de estrellas nos iluminaba al retornar, la olla caliente con café humeante en el fuego al aire libre.

Antes del amanecer acudíamos a recolectar la red, no había sol todavía y el ambiente era fresco y frío, al jalar la red como un abrazo rodeaba en círculo la lancha, mojarras, camarón, jaibas y una que otra nutria, que batallaba en la red e inmediatamente era liberada por mi papá.

El desayuno nos esperaba, porque el día tenía que continuar, ahora en canoa, en la pampa baja; las lizas brincaban como anunciando su lugar, remábamos en el silencio, podías ponerte de pie en la pampa, como antesala del mar, acuosa y blanda ante los pies, solo tenías que rogar por un bagre no pisar.

La sal quemaba las manos, pero era el medio para conservar el producto del rio y el mar.

La venta simulaba el mercader de Venecia, quien desde su barco recibía las ofertas del producto regalo de la naturaleza espléndida y majestuosa, sin dueño o prohibiciones todos podían pescar.

Aún está ahí, en la zona norte de la gran ciudad, la casa que fue producto del manglar.

Dicen que vivíamos en el atraso, pero yo vivía en el paraíso y la paz. (Comunicado de Prensa)

28/04/2024